Comentario
Cómo salió Cortés de México contra Cristóbal de Olid
No descansaba Cortés ni cesaba de mostrar con palabras el enojo que dentro del pecho tenía de Cristóbal de Olid, por haberse alzado siendo su hechura y amigo, ni se confiaba de la diligencia de Francisco de las Casas, porque Olid tenía muchos amigos; así que determinó ir allá. Apercibe a sus amigos, adereza su partida y publica su determinación. Los oficiales del Rey le rogaron que dejase aquel viaje, pues importaba más la seguridad de México que la de Higueras, y no diese ocasión a que con su ausencia se rebelasen los indios y matasen a los pocos españoles que quedaban; pues, según entendían, no estaban muy fuera de ello, porque siempre andaban llorando la muerte de sus padres, la prisión de sus señores y su cautiverio; y que perdiéndose México, se perdía toda la tierra; y que más le temían y acataban a él solo que a todos juntos; y que a Cristóbal de Olid, o el tiempo o Francisco de las Casas o el Emperador lo castigaría. Además de esto, le dijeron que era un camino muy largo, trabajoso y sin provecho, y que ir era mover guerra civil entre españoles. Cortés respondía que dejar sin castigo a aquél, era dar a otros ruines causa de hacer otro tanto; lo cual él temía mucho, por haber muchos capitanes por la Nueva España desparramados, que por ventura se le desacatarían, tomando ejemplo de Cristóbal de Olid, y que harían excesos en la tierra, por donde se rebelase todo, y no bastase después él ni ellos ni nadie a recobrarla. Ellos entonces le requirieron de parte del Emperador que no fuese, y él prometió que no iría más que a Coazacoalco y otras provincias por allí rebeladas; y con tanto, se eximió de los ruegos y requerimientos, y preparó su partida, aunque con mucho seso; porque, como de él pendían todos los negocios, y el bien o mal de la tierra, tuvo bien qué pensar y qué proveer. Ordenó muchas cosas tocantes a su gobernación; mandó que la conversión de los indios se continuase y con todo el calor posible y necesario; escribió a los concejos y encomenderos que derribasen todos los ídolos; dio repartimientos a los oficiales del Rey y a otros muchos, por no dejar a nadie descontento; dejó por sus tenientes de gobernadores a Alonso de Estrada, tesorero, y al contador Rodrigo de Albornoz, que le parecieron hombres para ello; y al licenciado Alonso Zuazo para las cosas de justicia; y para que Gonzalo de Salazar y Peralmíndez Chirino no se resintiesen de aquello, los llevó consigo. Dejó a Francisco de Solís como capitán de la artillería y alcaide de las atarazanas, y muy bien proveídos los bergantines, y muchas armas y municiones, por si algo aconteciese. Decidió llevar con él a todos los señores y principales de México y Culúa que podían alterar la tierra y causar algún bullicio en su ausencia, y entre ellos estaban el rey Cuahutimoccín; Couanacochcín, señor que fue de Tezcuco; Tetepanquezatl, señor de Tlacopan; Oquici, señor de Azcapuzalco; Xihuacoa, Tlacatlec y Mexicalcinco, hombres muy poderosos para cualquier revolución, estando presentes. Ordenado, pues, todo esto, partió Cortés de México por octubre del año 1524, pensando que todo se haría bien; pero todo se hizo mal, excepto la conversión de indios, que fue grandísima y bien hecha, según después largamente diremos.